Ni Milton ni Katrina: este fue el huracán más destructivo del Atlántico

No fue el más intenso ni el más mediático, pero sí el más mortal. Este huracán fue el que marcó un antes y un después en la historia de Centroamérica.

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Vehículos pasan la Panamericana inundada en Tipitapa, Nicaragua, aproximadamente 1 semana después del paso del huracán Mitch. Imagen tomada de Wikipedia.

Lodo, desolación... y silencio. Un silencio gris tras 5 días de feroz destrucción. Silencio en el vacío de familias enteras, un luto sin palabras, demoledor, que dejó tras de sí el huracán más mortífero en la historia del Atlántico. Era 1998, y con octubre cambiaría para siempre la historia de Centroamérica. Un golpe profundo a la vulnerabilidad. Y llovió... llovió como si el cielo se rompiera en pedazos.

Para muchos, nombres como Katrina o Milton evocan destrucción inmediata. Katrina, que azotó Nueva Orleans en 2005 y dejó más de 160 mil millones de dólares en pérdidas, como el huracán más costoso del Atlántico. Milton, en 2023, que rompió récords con vientos sostenidos de 295 km/h, convirtiéndose en el ciclón más intenso jamás observado en este océano.

Los nombres de los ciclones tropicales se asignan a partir de seis listas predefinidas que rotan cada seis años, salvo que uno sea tan destructivo que la Organización Meteorológica Mundial elimine el nombre de la lista. Mitch es uno de los nombres retirados más emblemáticos.

Pero ninguno fue tan letal como Mitch en 1998. Con más de 11.000 víctimas fatales confirmadas —y cifras que ascienden hasta 19.000 al incluir desaparecidos— Mitch es, hasta hoy, el huracán más mortal del Atlántico en la era moderna. Además, provocó desplazamientos masivos, epidemias, destrucción de cultivos y pérdidas de infraestructura crítica.

No fue el más mediático, pero dejó cicatrices que aún duelen. Su daño fue humano, ambiental y estructural. Y nos deja una lección demoledora: los mayores impactos no siempre vienen de los vientos más fuertes —ni de los huracanes "más" intensos.

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Imagen satelital del huracán Mitch cercano a alcanzar su máxima intensidad. Imagen tomada de Wikipedia.

El agua no se va y la vida se detiene

Mitch se formó a finales de octubre de 1998, en el Caribe occidental. Comenzó como una onda tropical proveniente de África y alcanzó brevemente la categoría 5 en la escala Saffir-Simpson. Pero... su verdadero peligro no fueron los vientos fuertes, sino su movimiento muy lento. Durante días el huracán se quedó casi quieto frente a las costas de Honduras, descargando fuertes lluvias.

En algunas zonas de Honduras los acumulados de lluvias superaron los 1800 l/m², equivalente a lo que muchas regiones reciben en todo un año.

Las lluvias persistentes trajeron consigo ríos desbordados, deslizamientos masivos y comunidades enteras sepultadas por el lodo. Mitch dejó más de 11.000 fallecidos y pérdidas económicas que superaron los 6.000 millones de dólares. En Posoltega, Nicaragua, una avalancha de tierra arrasó con pueblos enteros. En Honduras, el 70 % de la infraestructura agrícola fue destruida.

A diferencia de los huracanes cuya destrucción viene asociada a ráfagas intensas o marejadas ciclónicas, Mitch mostró cómo la amenaza también puede venir de la acumulación lenta de agua. La lluvia persistente se vuelve letal cuando cae sobre terrenos vulnerables, en comunidades sin drenaje adecuado, sin sistemas de alerta ni protocolos de evacuación.

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Historia meteorológica del huracán Mitch en 1998.

Lo que el agua nos dejó

Desde Mitch, tanto la ciencia como los sistemas de protección civil han evolucionado. Contamos con mejor monitoreo satelital, pronóstico numérico de alta resolución y sistemas de alerta temprana más estructurados. Y estas herramientas han salvado miles de vidas. Prueba de ello es que eventos iguales o más intensos en los últimos años han tenido menor saldo mortal.

El huracán Mitch afectó gravemente a Honduras, Nicaragua, El Salvador y Guatemala, dejando miles de muertes y una devastación regional sin precedentes.

Pero también es cierto que la desigualdad sigue definiendo los riesgos. No basta con tener modelos precisos o pronósticos acertados, si no hay forma de que esa información llegue a quienes más la necesitan. Al final, la combinación de una alta vulnerabilidad y amenazas naturales es lo que conduce a los desastres.

Más allá de la categoría e intensidad

Mitch, al igual que Harvey (2017) o Eta (2020), muestra que los huracanes más destructivos no siempre lo son por sus vientos fuertes, sino por la lluvia persistente y su desplazamiento lento. Hay que tener mucho cuidado en cómo se comunica el riesgo. Un ciclón “débil” puede ser más letal que uno “fuerte”, si las condiciones lo permiten.

Hoy, cuando los ciclones son más frecuentes e intensos por el cambio climático, las lecciones de Mitch siguen vigentes. No subestimemos la lluvia. No confiemos solo en un número ni una categoría. Preparados y alertas, y que el mayor logro sea siempre, preservar la vida.