Los ríos del Ártico se están oxidando: el fenómeno que alarma a los científicos de Alaska
En Alaska los ríos se están volviendo de color naranja brillante, esto sorprende y enciende una alarma a los científicos que ya tienen una teoría que podría explicar esta oxidación.

En los últimos años, decenas de cursos de agua en la cordillera Brooks, un rincón remoto y prístino del norte de Alaska, pasaron de un azul cristalino a un naranja turbio, visible incluso desde el aire. Investigadores que sobrevolaban y navegaban esta zona, que inicialmente se encontraban estudiando otro asunto (el lento avance de los árboles en lo que antes era tundra, un indicio del rápido cambio climático), se sorprendieron al descubrir como el hierro parecía brotar por los ríos y se enfocaron en ello.
Los análisis de campo detectaron concentraciones elevadas de metales disueltos, incluyendo hierro, aluminio, cadmio y, en algunos casos, zinc, además de pH muy bajos (en torno a 2–3), condiciones tóxicas para la vida acuática. El fenómeno ya fue observado en más de 75 ríos y arroyos y se identificaron cientos de “manantiales ácidos” que filtran minerales hacia humedales y cauces.
La hipótesis de los ríos naranja flúor del Ártico
Según los investigadores, el calentamiento del Ártico está descongelando el permafrost y exponiendo rocas ricas en sulfuros (como la pirita) a oxígeno y agua. Esa combinación dispara reacciones que generan ácido sulfúrico y liberan metales, con el hierro oxidándose y precipitando como hidróxidos anaranjados que enturbian el agua y se depositan en lechos y orillas.
Este “óxido natural” puede arrastrarse por kilómetros, degradando calidades de agua y hábitats críticos para peces y macroinvertebrados de los que dependen comunidades y fauna local. En varios tramos, la carga de metales disueltos se acercó a niveles propios de efluentes industriales, reforzando la preocupación por impactos ecológicos y riesgos para el abastecimiento.
La química de la oxidación: hierro, pirita y acidez extrema
Cuando rocas con sulfuros quedan por primera vez expuestas al aire y al flujo de agua, el azufre se oxida y forma ácido bajando el pH. En ese medio ácido, minerales que contienen hierro se disuelven con mayor facilidad.
Geólogos y biogeoquímicos equiparan este proceso a un drenaje ácido de roca de tipo natural, impulsado no por minas sino por el descongelamiento del permafrost que altera la hidrología y deja al descubierto depósitos de pirita formados hace milenios. Es un cambio químico rápido y persistente que puede transformar la química de ríos enteros en pocas temporadas.
La acidez no solo moviliza hierro: también arrastra otros metales (por ejemplo, aluminio y cadmio) que afectan la fisiología de peces y organismos bentónicos. En varios sitios relevados, los investigadores documentaron deterioro severo del hábitat y episodios compatibles con colapsos locales de poblaciones ícticas, lo que encadena efectos en toda la trama trófica (incluyendo depredadores como osos).
El equipo de investigación también cartografió más de 500 surgencias ácidas en la tundra, que funcionan como “fábricas” puntuales de agua ácida y metales, conectadas a la red de drenaje.
El congelamiento acelera la liberación de hierro
Hay una pieza clave para entender por qué este problema se intensifica en regiones frías: la química en el hielo no se comporta como en agua líquida. Experimentos de laboratorio de D. Jeong, et al., mostraron que, a pH ácido (2–4), la disolución de óxidos de hierro atrapados en hielo se acelera notablemente respecto de la fase líquida, incluso en oscuridad.

El mecanismo dominante es el “efecto de concentración por congelación”: al formarse el hielo, los solutos (protones, ligandos orgánicos y las propias partículas) son excluidos del cristal y se concentran en microcapas o límites de grano con agua líquida.
Para comprenderlo mejor, imaginemos el hielo no como un bloque sólido uniforme, sino con pequeñas fronteras o caminos líquidos entre sus cristales, incluso a temperaturas bajo cero. Cuando el agua se congela, no todos los componentes se integran en la estructura cristalina del hielo.
En su lugar, las partículas de óxido de hierro, los ligandos orgánicos (moléculas orgánicas que pueden unirse al hierro) y los protones (iones de hidrógeno que aumentan la acidez) se concentran en estas pequeñas regiones líquidas. Al estar todos estos elementos apretados en un espacio reducido, sus interacciones se intensifican, lo que acelera enormemente la disolución de los óxidos de hierro.
Además, la investigación muestra que este efecto de disolución mejorada disminuye progresivamente a medida que la temperatura de congelación baja de -10 °C a -196 °C. Esto sugiere que la existencia y la formación de estas regiones líquidas en los límites de los granos de hielo son absolutamente fundamentales para que este proceso ocurra.
A temperaturas extremadamente bajas, estas regiones líquidas se vuelven menos prominentes o desaparecen, reduciendo el efecto de concentración. En conjunto, estas evidencias sostienen que ciclos de congelamiento–deshielo en suelos fríos favorecen la movilización de hierro desde óxidos y sulfuros hacia el agua intersticial y, luego, a los cauces. Es exactamente el tipo de escenario del deshielo del permafrost que se está multiplicando en el Ártico.
Del laboratorio al paisaje: un sistema que cambia y se retroalimenta
En Alaska, el calentamiento está intensificando los ciclos de congelamiento–deshielo y profundizando la capa activa (la capa superior estacionalmente descongelada), permitiendo que el agua alcance horizontes antes sellados por hielo perenne. Los minerales recién expuestos vuelven a concentrarse en microbolsillos líquidos dentro del hielo y, al descongelarse, descargan hierro y ácido a las redes de drenaje.
Ese pulso ácido moviliza más metales y oxida el hierro, alimentando el color naranja río abajo. Varios especialistas advierten que se trata de un loop difícil de revertir: una vez que los minerales se disolvieron y el sistema perdió su “reserva” sólida, no se recompone rápidamente. La coloración es, así, la cara visible de una alteración geoquímica más profunda que avanza con el clima.
Para comunidades que dependen de estos ríos, los desafíos son prácticos y urgentes. El tratamiento convencional para drenaje ácido (habitual en la minería) es costoso y está diseñado para fuentes puntuales, no para decenas de manantiales difusos en cuencas remotas. Además, si los pH caen por debajo de 5 y se sostienen, muchas especies no toleran esas condiciones, comprometiendo pesca de subsistencia y servicios ecosistémicos.
La prioridad científica hoy es consolidar monitoreos, establecer líneas de base y entender la variabilidad espacial y temporal de las surgencias ácidas y su conexión con la dinámica del permafrost, para anticipar dónde y cuándo podrían desencadenarse nuevos episodios.
Referencias de la noticia
Jeong, D., Kim, K., Choi, W. "Accelerated dissolution of iron oxides in ice". Atmospheric Chemistry and Physics 12:11125–11133. (2012).
Parshley, L., et al. "Why are Alaska’s rivers turning bright orange? Scientists have a theory. National Geographic. (2025).