El truco del cuerpo humano que nos hace sentir más calor (o más frío): qué factores alteran la sensación térmica
Dos personas en el mismo lugar, a la misma hora, bajo la misma temperatura… y sin embargo, una se abanica mientras la otra busca una campera.¿Quién tiene razón? En realidad, las dos. El misterio no está en el termómetro, sino en el cuerpo humano.

Nuestro cuerpo no lee el termómetro: interpreta. Y esa interpretación, llamada sensación térmica, puede engañarnos más de lo que pensamos. La sensación térmica es, en realidad, el resultado de una ecuación biológica y ambiental que cambia con cada persona y cada situación.
Esta diferencia no se trata de un error de pronóstico ni de un fallo del sensor: la información del termómetro y la sensación térmica son cosas distintas.
El termómetro mide la temperatura del aire en condiciones controladas a la sombra, con ventilación y a una altura estándar. Es un dato físico, objetivo y comparable.
La sensación térmica, en cambio, traduce ese valor al idioma del cuerpo. Estima cómo pierde temperatura la piel en función de otras variables que alteran el intercambio de calor con el entorno: la temperatura, la humedad, el viento y la radiación solar.
El cuerpo hace sus propios cálculos
La clave está en cómo el cuerpo regula su temperatura interna, que ronda los 37 °C. Para mantenerse en equilibrio, libera o conserva calor según el entorno. El sudor es el sistema de refrigeración más eficiente que tenemos. Al evaporarse, extrae calor de la piel y nos enfría.
El problema surge cuando las condiciones externas interfieren con esos mecanismos naturales. Un ejemplo claro: con alta humedad, el sudor no se evapora fácilmente, por lo que el cuerpo no logra enfriarse y la sensación térmica se dispara. En cambio, con viento fuerte, la piel pierde calor más rápido y sentimos más frío del que indica el termómetro.

Con baja humedad ocurre lo contrario: el sudor se evapora con facilidad y el cuerpo se enfría más rápido. La sensación puede ser más fresca, aunque el termómetro marque lo mismo. Eso sí, también perdemos más agua sin notarlo. Por eso, en los días secos y calurosos, hidratarse bien es clave, incluso si no sentimos que transpiramos demasiado.
El efecto ventilador
El movimiento del aire también lo cambia todo. El viento renueva constantemente el aire que rodea la piel y acelera la evaporación del sudor. Ese “efecto ventilador” nos hace sentir más frescos, aunque la temperatura real sea alta. Una brisa ligera ya se nota; un viento sostenido puede bajar varios grados la sensación térmica.
En el otro extremo, el sol directo y las superficies calientes (asfalto, metal, fachadas soleadas) suman radiación que el cuerpo absorbe como calor. Estar a la sombra o caminar por una calle ventilada puede significar una diferencia tangible sin que el termómetro se mueva un solo número.
De noche, la situación se invierte: si la humedad baja y hay algo de viento, el cuerpo pierde calor más rápido, y lo que el día anterior parecía soportable puede sentirse repentinamente helado.
El “engaño” de la percepción
La sensación térmica no es solo física: también tiene un componente psicológico. El estado de ánimo, el cansancio o el nivel de estrés pueden amplificar la percepción del calor o del frío. El mismo día puede sentirse distinto si uno está relajado o si viene corriendo tras un colectivo.
Además de las variables ya mencionadas, la ropa, la edad, el metabolismo y la actividad física también influyen en la sensación térmica. Las personas mayores o los niños pequeños suelen regular peor su temperatura interna, y quienes tienen menos masa muscular pierden calor con mayor rapidez.
Por otro lado, el cuerpo masculino y el femenino tienden a reaccionar distinto: las mujeres, en promedio, tienen una temperatura corporal ligeramente más baja y una menor masa muscular, por lo que suelen sentir frío con más facilidad.
El metabolismo también juega su parte. Durante el ejercicio o la digestión, el cuerpo genera más calor interno, elevando la sensación térmica incluso sin cambios en el ambiente. Por eso una comida pesada o una caminata rápida pueden transformar una tarde templada en un sauna personal.