Así planean crear eclipses solares artificiales en el espacio para estudiar el corazón del Sol
Dos ambiciosas misiones, una en curso y otra en propuesta, ayudarán a generar eclipses solares artificiales desde el espacio para revelar los misterios más profundos de la corona solar.

Desde la antigüedad, los eclipses solares fueron interpretados como señales divinas o presagios. Hoy en día ya podemos provocarlos desde el espacio. Y no, no se trata de magia, sino de ingeniería de precisión y visión astronómica sin precedentes.
La misión europea Proba‑3, lanzada en diciembre de 2024 por la Agencia Espacial Europea (ESA), busca replicar las condiciones de un eclipse solar usando dos pequeños satélites. El primero actúa como "ocultador" del Sol y el segundo como observador, alineándose perfectamente a 150 metros de distancia.
Estos satélites vuelan en formación con una precisión de milímetros, usando GPS, láseres y cámaras estelares con un sólo objetivo: bloquear el disco solar y revelar la corona, esa misteriosa capa externa del Sol que solo es visible durante los eclipses naturales y que podría guardar claves del clima espacial.
A diferencia de los eclipses terrestres, que duran solo unos minutos, Proba‑3 puede extender la “totalidad” por hasta seis horas, lo que permite a los científicos a cargo estudiar la corona solar sin prisa, con continuidad y sin depender del azar celeste.
La corona solar, esa desconocida brillante
Es la región más externa del Sol, una envoltura de plasma que alcanza millones de grados y que, paradójicamente, es mucho más caliente que la superficie solar, por lo que entenderla es clave para predecir tormentas solares y proteger nuestras telecomunicaciones y satélites.

Los telescopios terrestres enfrentan limitaciones para observar esta región, ya que la atmósfera distorsiona la luz y el resplandor solar la opaca. Los coronógrafos tradicionales, aunque útiles, también generan reflejos indeseados que dificultan observar los detalles más cercanos al disco solar.
Al separar físicamente el ocultador del telescopio en el espacio, la misión elimina estos reflejos. De hecho las primeras imágenes, reveladas en 2025, muestran estructuras finas y movimientos en la corona con una claridad jamás vista, lo que nos permitirá estudiar el origen de las eyecciones de masa coronal y los vientos solares.
Además, esta misión es pionera en tecnología de vuelo en formación, lo que abre nuevas posibilidades para satélites cooperativos en otras áreas que van desde vigilancia terrestre hasta exploración planetaria. Por lo que un eclipse artificial puede ser también el inicio de una revolución espacial.
La Luna como herramienta científica
Mientras Proba‑3 ya opera en órbita, otra propuesta mira hacia nuestro satélite natural: la misión británica MESOM. Una idea, presentada el pasado 9 de julio en la Reunión Nacional de Astronomía del Reino Unido, busca aprovechar la sombra de la Luna como herramienta de observación solar.
A diferencia de los eclipses desde la Tierra —que duran sólo unos minutos y ocurren en lugares específicos— este plantea colocar un mini satélite en una órbita sincronizada con la Luna, para capturar eclipses artificiales aproximadamente cada 29 días y medio, con duraciones promedio de 15 minutos.

Cada evento sería tres veces más largo que un eclipse natural visible desde la Tierra, ya que al estar por encima de la atmósfera terrestre, los instrumentos tendrían una visión limpia, ideal para espectroscopía y análisis de partículas del entorno solar inmediato; usando sensores de plasma y detectores ultravioleta.
Si la propuesta recibe aprobación y financiamiento, podría entrar en operación antes del 2030. Su enfoque, más económico que el de misiones dobles, ofrece una alternativa eficiente para observar zonas de difícil acceso visual en el Sol, combinando ingeniería, astronomía y aprovechamiento orbital.
Eclipses para entender nuestro futuro
Ambas misiones comparten un objetivo, desentrañar los secretos del Sol al comprender por qué la corona es tan caliente y cómo se forman las violentas tormentas solares que pueden afectar la Tierra, lo que tiene aplicaciones prácticas directas en meteorología espacial.
Satélites de comunicación, redes eléctricas, vuelos comerciales y misiones espaciales dependen de conocer las condiciones solares. Un estallido mal previsto puede interrumpir sistemas GPS, comunicaciones o poner en riesgo astronautas, por ello, observar la corona con regularidad es crucial.
Hasta ahora, dependíamos de eclipses naturales esporádicos y telescopios especializados. Pero con Proba‑3 ya operativo y MESOM en camino, la comunidad científica accede por primera vez a eclipses regulares y prolongados, que permiten ver lo invisible: los campos magnéticos solares en acción.
Estos avances tecnológicos no sólo revolucionan la forma de mirar al Sol, sino que nos recuerdan una verdad poderosa, cuando la naturaleza pone límites, la ingeniería responde con creatividad. Hoy fabricamos eclipses, mañana podríamos dar soluciones para el clima espacial que nos amenaza.