Unos expertos de la ESA simulan la mayor tormenta solar de la historia: “no es cuestión de si ocurrirá, sino de cuándo”
Los expertos de la Agencia Espacial Europea (ESA) recrearon la 'Tormenta Carrington' para poner a prueba los sistemas de seguridad. Sin GPS y con satélites fuera de control, la simulación reveló la extrema vulnerabilidad de la Tierra.

Vivimos en una sociedad totalmente dependiente de los satélites, la navegación GPS y las redes eléctricas. Una tormenta solar extrema tiene el potencial de revertir el progreso tecnológico de décadas.
Por eso, en el Centro Europeo de Operaciones Espaciales (ESOC) de la ESA, los equipos de misión se enfrentaron recientemente al peor escenario posible: el impacto de una tormenta solar modelada a la escala del Evento Carrington, con una magnitud X45, la clase más alta y catastrófica en la escala de llamaradas solares
La simulación se llevó a cabo como parte de la preparación para el lanzamiento del satélite Sentinel-1D. Su objetivo fue llevar a los operadores y a sus sistemas al límite absoluto.

El ejercicio fue un esfuerzo coordinado en el que participaron la Oficina de Clima Espacial de la ESA y la Oficina de Desechos Espaciales, para simular impactos en múltiples misiones y coordinar la respuesta a una crisis transcontinental.
El impacto trifásico: sin GPS ni comunicación
La tormenta simulada golpeó la Tierra en tres fases destructivas, cada una con un impacto específico en la infraestructura espacial y terrestre:
La llamarada solar (onda electromagnética): viajando a la velocidad de la luz, la llamarada X45 alcanzó el planeta en sólo ocho minutos. Esta intensa radiación de rayos X y ultravioleta interrumpió instantáneamente los sistemas de radar, las comunicaciones y anuló la funcionalidad de navegación de Galileo y GPS. Las estaciones terrestres perdieron la capacidad de rastrear satélites, especialmente en las regiones polares.

Partículas de alta energía: entre 10 y 20 minutos después, llegaron protones y electrones acelerados casi a la velocidad de la luz. Estas partículas comenzaron a perturbar la electrónica a bordo de los satélites, causando "vuelcos de bits" (cambios de estado en la memoria) y generando el riesgo de fallas permanentes en los sistemas.
La eyección de masa coronal (CME): quince horas después de la llamarada, llegó la fase más destructiva. Una masa colosal de plasma caliente viajando a 2.000 kilómetros por segundo. Esta CME desató una tormenta geomagnética catastrófica que se manifestó con auroras visibles en latitudes tan bajas como Sicilia, pero que, a nivel terrestre, provocó sobrecargas en largas estructuras metálicas, colapsando la red eléctrica.
Una órbita en descontrol
En el espacio, los efectos de la CME fueron dramáticos. El plasma caliente hizo que la atmósfera terrestre se hinchara, aumentando la resistencia o arrastre de los satélites en órbita baja.

Jorge Amaya, coordinador de Modelización del Clima Espacial de la ESA, explicó la gravedad de este fenómeno: "Si ocurriera una tormenta de tal magnitud, el arrastre de los satélites podría aumentar en un 400 % con picos locales en la densidad atmosférica. Esto no solo afecta los riesgos de colisión, sino que también acorta la vida útil de los satélites debido al mayor consumo de combustible para compensar el deterioro de la órbita."
El caos se multiplicó con las advertencias de colisión con basura espacial y otras naves, ya que la degradación de la calidad de los datos hacía que las predicciones fueran casi imposibles de interpretar. Sensores críticos como los seguidores de estrellas (utilizados para orientar los satélites) quedaron cegados por la radiación.
La clave no es evitarla, sino predecirla
La simulación dejó un aprendizaje: ante un evento solar de tal magnitud, el objetivo no puede ser evitar el daño por completo, sino mitigar sus consecuencias y mantener el satélite operativo el mayor tiempo posible.
El ejercicio también destacó la necesidad de mejorar los sistemas de pronóstico y defensa. Para ello, el programa de Seguridad Espacial de la ESA está desarrollando el Sistema de Sensores de Clima Espacial Distribuido (D3S) y, más ambiciosamente, la misión Vigil. Esta sonda, que se lanzará en 2031, observará el Sol desde el punto de Lagrange 5, y podrá advertir a la Tierra de los peligros que se dirigen a ella.

Gustavo Baldo Carvalho, jefe de simulación para Sentinel-1D, resumió la perspectiva de los científicos tras el ejercicio: "simular el impacto de un evento así es similar a predecir los efectos de una pandemia: sentiremos su efecto real en nuestra sociedad sólo después del evento, pero debemos estar listos y tener planes implementados para reaccionar en cualquier momento. La conclusión clave es que no se trata de si esto sucederá, sino de cuándo", enfatizó.