El misterio del carbono faltante: la torre de Harvard que mide la respiración de los bosques desde 1989
Hace décadas, los científicos no sabían dónde iba la mitad del CO₂ emitido y colocaron una torre escondida entre los árboles de Massachusetts para escuchar cómo respira el planeta. Su nuevo reemplazo promete seguir midiendo los “suspiros” del bosque y descifrar cómo el cambio climático altera ese pulso natural.

En el corazón de Massachusetts, el bosque respira. Cada bocanada de aire que exhala y cada trago de dióxido de carbono que toma se registran, desde hace más de tres décadas, en una torre que escucha con paciencia inusual. Algunos científicos la llaman la torre de Harvard, pero podría describirse mejor como un estetoscopio del planeta.
El caso del carbono faltante
En los años ochenta, los científicos se enfrentaban a un enigma que sonaba a novela policial. Sabían cuánto dióxido de carbono emitía la humanidad con la quema de combustibles fósiles y también cuánto se acumulaba en la atmósfera. Las cuentas no cerraban: casi la mitad del CO₂ desaparecía cada año. ¿Dónde estaba ese carbono faltante?
Los bosques eran sospechosos. Se sabía que las plantas capturan carbono mediante la fotosíntesis, pero también que los microbios del suelo lo devuelven al aire al descomponer hojas y ramas muertas. Faltaba medir qué proceso dominaba.
Ahí apareció el químico atmosférico Steven Wofsy, que decidió seguir las pistas desde lo alto de un bosque. Si lograba medir el dióxido de carbono en las corrientes de aire que suben y bajan entre los árboles, podría deducir si un bosque era una fuente o un sumidero de carbono.
Una torre que escucha el bosque
En octubre de 1989, Wofsy levantó una torre de celosía de 30 metros en el Bosque de Harvard, un área de 16 kilómetros cuadrados donde antes había granjas. Desde entonces, la estructura mide, ocho veces por segundo, las concentraciones de dióxido de carbono y vapor de agua, y la velocidad del viento en todas direcciones. Con esas variables calcula el “flujo de remolinos”: el intercambio neto de gases entre el bosque y la atmósfera.
Los primeros resultados sorprendieron a todos. Los robles, arces y coníferas del lugar absorbían unas dos toneladas de carbono por hectárea al año. El Bosque de Harvard, que muchos creían ya en equilibrio, seguía almacenando carbono. Ahí estaba el carbono que faltaba, y también una nueva manera de medirlo.
“La mayoría pensaba que estos bosques ya estaban llenos de carbono”, recordó Wofsy años después. “Pero seguían creciendo, seguían respirando”.
Depósitos y retiros
Medir el carbono, explica el investigador William Munger, es como llevar un libro contable. Las plantas hacen depósitos cuando absorben CO₂ mediante la fotosíntesis. Los microorganismos, en cambio, hacen extracciones cuando liberan ese gas al descomponer la materia orgánica. En el balance general, el Bosque de Harvard es un ahorrista neto de carbono… por ahora.

El clima actual ya alteró las cuentas. “Los inviernos no son como antes”, dice Munger. La región tiene menos nieve y, por lo tanto, menos agua de deshielo que impulsa el crecimiento en primavera. Las raíces, que antes quedaban protegidas bajo una capa blanca, ahora sufren más heladas. Menos agua y más árboles muertos significan menos absorción de carbono.
Durante algunos años, la torre registró una duplicación en la captura de carbono; otros años, el balance cayó a cero. Esas oscilaciones muestran lo sensible que es el sistema a la sequía, al frío o al calor extremo.
De Massachusetts al mundo
Los datos del Bosque de Harvard inspiraron la creación de una red mundial de torres de flujo, desde Corea hasta el Congo. Gracias a ellas se sabe que la selva amazónica, aunque respira con fuerza, casi no gana ni pierde carbono en el balance anual, mientras que los bosques boreales acumulan reservas enormes que pueden liberarse en un incendio o un deshielo.
Después de más de cuarenta años de trabajo continuo, la torre original de Harvard está siendo reemplazada. Este año se inauguró la EMS 2.0, una versión actualizada que continuará midiendo la respiración del bosque mientras el planeta se calienta.
Un bosque que cambia de voz
A simple vista, el Bosque de Harvard parece saludable. En otoño, la vegetación es tan densa que cuesta distinguir la nueva torre a pocos metros. Pero bajo esa apariencia vibrante, las especies nativas de cicuta, fresno y haya retroceden frente a plagas traídas por el comercio y el aumento de temperaturas.
La EMS 2.0 no puede registrar la desaparición lenta de cada especie, pero sí el efecto acumulado de esos cambios: cómo varía el balance de carbono del sistema. En otras palabras, cómo cambian los suspiros del bosque. "Necesitamos saber qué están haciendo estos bosques, y la investigación a largo plazo es la única manera", afirma la bióloga Michele Holbrook. "La biosfera terrestre absorbe entre el 25 y el 30 % de nuestras emisiones. Si esto se detuviera, estaríamos en graves problemas".