Día Mundial de la Alimentación: la ONU alerta que 13,7 millones de personas enfrentan hambre severa

En el Día Mundial de la Alimentación, la ONU alerta que 13,7 millones de personas enfrentan hambre severa. El desafío global es transformar los sistemas alimentarios para garantizar una dieta saludable y sostenible para todos.

mundo
Mientras millones padecen hambre extremo, el sobrepeso y la obesidad avanzan en las ciudades: dos caras de un mismo sistema alimentario desigual.

Cada 16 de octubre, el planeta conmemora el Día Mundial de la Alimentación, una fecha creada por la FAO en 1979 para promover el derecho universal a una alimentación adecuada. Este año, la jornada llega marcada por una advertencia urgente del Programa Mundial de Alimentos (PMA): más de 13,7 millones de personas en el mundo sufren hambre severa.

El informe, difundido por Reuters y confirmado por Naciones Unidas, revela que los recortes en la ayuda internacional, las crisis bélicas y el cambio climático están generando una tormenta perfecta. La directora del PMA, Cindy McCain, alertó que “el financiamiento humanitario global está en su punto más bajo en veinte años”, lo que ya forzó la reducción de programas en más de 60 países.

Una hambruna global en expansión

El hambre más extremo ha vuelto a crecer con fuerza en distintas regiones del planeta. En Sudán, más de 25 millones de personas necesitan asistencia alimentaria urgente, y en Somalia, las sequías prolongadas destruyeron las cosechas de subsistencia.

En Yemen y Siria, la guerra transformó la comida en un arma de poder. En Haití, más del 50 % de la población vive en inseguridad alimentaria aguda, y la ONU advierte que podría convertirse en la primera hambruna total del hemisferio occidental si no se restablece la ayuda humanitaria.

La FAO estima que 673 millones de personas padecen hambre estructural, sin acceso estable a los nutrientes básicos. Se trata de una crisis de desigualdad más que de producción: el mundo genera alimentos suficientes, pero no logra distribuirlos de forma equitativa.

“Hoy no enfrentamos una falta de comida, sino una falta de justicia”, afirmó el economista agrícola David Nduru, consultor de la FAO. Su frase resume la esencia del problema: un sistema alimentario que produce abundancia, pero deja a millones afuera.

Las causas profundas: desigualdad, clima y economía

El cambio climático agrava la inseguridad alimentaria en los cinco continentes. Sequías prolongadas, inundaciones, desertificación y pérdida de suelos productivos destruyen los medios de vida de comunidades rurales y provocan desplazamientos masivos.

Los precios internacionales de trigo, maíz y arroz alcanzaron picos históricos entre 2022 y 2024. La especulación en los mercados agrícolas, la inflación global y el aumento del costo del transporte marítimo encarecieron los alimentos básicos en los países más pobres.

sequia
Sequías, inundaciones y conflictos bélicos destruyen cosechas en África y Asia, agravando el impacto del cambio climático sobre la seguridad alimentaria global.

Los factores políticos también contribuyen al deterioro. Las sanciones comerciales, la concentración de las cadenas logísticas y los conflictos armados en regiones productoras como Ucrania o Myanmar alteraron los flujos de exportación.

Así, millones de familias quedan atrapadas entre precios inalcanzables y redes de asistencia colapsadas. La hambruna se vuelve entonces un síntoma de la desigualdad global, no de la escasez de recursos.

Interrelaciones y acciones posibles

La crisis alimentaria no puede resolverse solo con asistencia de emergencia. Es necesario replantear la estructura del sistema global de alimentos, donde confluyen economía, política, agricultura y salud pública.

La hambruna, la desnutrición y la obesidad son tres expresiones de un mismo desequilibrio. Combatirlas exige repensar cómo producimos, distribuimos y consumimos los alimentos.

ayuda
El Programa Mundial de Alimentos advierte que la ayuda internacional alcanzó su nivel más bajo en veinte años, dejando a millones de personas sin acceso a comida básica.

Estas son algunas de las propuestas de trabajo que se podrían encarar para comenzar a modificar esta triste realidad:

  • Transformar los sistemas alimentarios: no basta con producir más, sino con hacerlo mejor. Reforzar las cadenas locales, reducir pérdidas poscosecha y promover la agricultura familiar es clave para lograr resiliencia y equidad.
  • Políticas públicas y financiamiento estable: los gobiernos deben garantizar fondos permanentes para programas de nutrición y asistencia. Sin un compromiso financiero real, el objetivo de “Hambre Cero” para 2030 será inalcanzable.
  • Educación y cultura alimentaria: el conocimiento sobre nutrición debe enseñarse desde la infancia. Programas escolares y campañas públicas pueden cambiar hábitos y reducir enfermedades ligadas a la mala alimentación.
  • Regulación de alimentos no saludables: Impuestos a bebidas azucaradas, restricciones publicitarias y promoción de alimentos frescos son políticas que ya muestran resultados. Regular lo que enferma es tan importante como incentivar lo que nutre.
  • Intervenciones focalizadas: la suplementación de micronutrientes, el apoyo a madres lactantes y los comedores escolares siguen siendo esenciales. Prevenir la desnutrición infantil es invertir en el futuro de las comunidades.
  • Una responsabilidad compartida y transversal: combatir el hambre requiere alianzas entre Estados, empresas, universidades, productores y ciudadanos. La seguridad alimentaria no puede depender solo de la cooperación internacional, sino del compromiso interno de cada país.

La producción de alimentos debe incorporar criterios éticos, reducir el desperdicio —que hoy equivale al 17 % de la comida mundial— y asegurar que cada etapa de la cadena agregue valor sin excluir a los más vulnerables. Integrar justicia social, eficiencia económica y responsabilidad ambiental es la única manera de reconstruir un sistema alimentario que funcione para todos.

Un deber colectivo

El Día Mundial de la Alimentación nos recuerda que el hambre no es un accidente, sino una consecuencia de decisiones humanas. La hambruna que hoy se expande —con 13,7 millones de personas en riesgo inmediato— refleja la desigualdad en la distribución de los recursos globales.

Garantizar una alimentación digna y sostenible es una obligación moral y política. Cada actor, desde los gobiernos hasta los consumidores, tiene un papel que cumplir en la transformación del sistema alimentario.