Esto es lo que pasa cuando comes ajo crudo, y seguro que no lo sabías

Antes de ser condimento, fue una medicina utilizada por los chinos, los egipcios y los griegos. Hoy habita discretamente todas las cocinas y la ciencia explica por qué su consumo es super saludable, en especial cuando se ingiere crudo y fresco.

Alimentación, salud
Este bulbo milenario guarda en su interior una potente sustancia de defensa natural.

Pocos ingredientes esconden tanto poder en un tamaño tan modesto. El ajo -ese bulbo que suele acompañar guisos y salsas- no solo le da sabor a la comida, sino que tiene una batería de compuestos activos que fortalecen las defensas, cuidan el corazón y actúan como antimicrobianos naturales.

Hay un detalle que muchos pasan por alto: para aprovechar al máximo sus propiedades, el ajo debe comerse crudo y recién picado. Es entonces cuando deja de ser un condimento más y se convierte en una herramienta de defensa.

¿Cuál es el secreto? La alicina. Esta molécula volátil no está presente en el ajo entero: se forma recién cuando se lo corta, tritura o mastica. Es un compuesto que el ajo produce como defensa, y resulta altamente eficaz contra bacterias, hongos y virus. También estimula las defensas naturales del cuerpo, puede reducir la inflamación y proteger de infecciones respiratorias.

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Cuando se tritura en crudo, el ajo multiplica sus efectos beneficiosos para la salud.

La alicina es inestable y se destruye con el calor. Por eso, para aprovecharla, el ajo debe comerse crudo. Conviene picarlo y dejarlo reposar sólo unos minutos.

Además de la alicina, el ajo contiene otros compuestos sulfurosos y antioxidantes que benefician directamente al sistema cardiovascular. Se ha comprobado que su consumo regular puede contribuir a reducir la presión arterial en personas hipertensas, disminuir el colesterol “malo” (LDL), evitar la formación de placas en las arterias y acelerar la recuperación de cuadros gripales, gracias a su efecto inmunomodulador.

Eso sí: no es una cura mágica. Puede ser un gran aliado, pero no reemplaza tratamientos médicos ni suple una alimentación equilibrada.

Cómo incorporarlo sin complicaciones

El ajo crudo tiene fama de ser agresivo al estómago, y su sabor no es para cualquiera. Una forma efectiva de incorporarlo es triturarlo, dejarlo reposar unos minutos para potenciar la formación de alicina, y luego mezclarlo con aceite de oliva en una tostada, una ensalada o una sopa ya servida.

También se puede preparar una especie de “pasta” con ajo, limón y perejil, que se guarda en la heladera y se usa como condimento. Una dosis diaria segura ronda entre 1 y 2 dientes de ajo crudo.

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Estudios muestran que algunos compuestos del ajo contribuyen a bajar la presión y el colesterol.

Al ser tan sabroso y aromático, ayuda a reducir el uso de condimentos menos saludables, como la sal, los caldos industriales o las salsas procesadas. Incluirlo en la dieta mejora el perfil nutricional sin grandes esfuerzos.

Todo esto sin grandes contraindicaciones. A diferencia de muchos alimentos funcionales, el ajo crudo ofrece un balance extremadamente positivo entre beneficios y riesgos: es barato, fácil de conseguir y sus efectos secundarios -como el mal aliento o algunas molestias digestivas- son menores y manejables, especialmente si se consume con moderación y acompañado de otros alimentos.

Sin embargo, aunque es seguro para la mayoría, puede ser irritante para personas con gastritis, úlceras, colon irritable o sensibilidad digestiva. También debe ingerirlo con precaución quienes toman anticoagulantes, ya que tiene un leve efecto anticoagulante que podría potenciar el de los medicamentos. Como siempre, conviene consultar a un profesional de la salud antes de incorporarlo como hábito diario.

Ajo negro: más suave, más dulce, igual de poderoso

Hay una variante que cada vez gana más popularidad: el ajo negro. Es, ni más ni menos, que el ajo común transformado por un proceso de fermentación lenta a alta temperatura y humedad durante semanas. Este proceso que cambia su color, textura y sabor – lo vuelve más dulce y menos picante-, pero conserva e incluso potencia muchas de sus propiedades antioxidantes.

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El ajo negro, fermentado a alta temperatura, es más suave y conserva propiedades antioxidantes clave.

Aunque pierde casi toda la alicina, el ajo negro gana compuestos beneficiosos como la S‑allyl‑cisteína (SAC), un derivado estable y fácilmente absorbible que, según algunos estudios, aumenta entre cuatro y ocho veces en comparación con el ajo fresco. Es más suave al paladar y suele causar menos irritación digestiva, lo que lo convierte en una alternativa ideal para quienes no toleran bien el ajo crudo.

Usos caseros inesperados

Además de sus beneficios para la salud, el ajo también tiene aplicaciones domésticas poco conocidas. Por ejemplo, su poder antifúngico lo convierte en un remedio natural contra los hongos en los pies: basta con hacer una infusión con dientes machacados y agua caliente, y usarla como baño de pies.

También puede usarse como repelente natural en el jardín: mezclado con agua y unas gotas de jabón neutro, ayuda a espantar insectos de las plantas sin recurrir a pesticidas.

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Desde fortalecer el sistema inmune hasta repeler insectos: el ajo sorprende por sus múltiples usos.

Incluso hay quien lo utiliza para desinfectar superficies, gracias a su poder antibacteriano, aunque hay que tener cuidado con los materiales, ya que puede dejar olor.

Letal para algunos gérmenes, molesto para los vampiros de la ficción y amado por quienes buscan salud en lo simple, el ajo crudo sigue siendo un aliado subestimado. Y, lo mejor de todo, está al alcance de cualquier alacena.