Las moscas que ayudan a resolver crímenes: cómo la ciencia argentina convierte insectos en relojes forenses
La entomología forense avanza en Argentina de la mano de investigadoras del CONICET. El ciclo de vida de las moscas necrófagas permite estimar el momento y las circunstancias de una muerte, incluso cuando los indicios tradicionales se desvanecen.

Un cadáver puede engañar. La rigidez, el color de la piel o la temperatura corporal se transforman rápidamente y dificultan calcular con exactitud cuándo ocurrió la muerte. Sin embargo, hay evidencias diminutas que nunca fallan: las moscas. Esos insectos que suelen arruinar una siesta de verano o revolotear el asado al aire libre se convierten, en el terreno de la entomología forense, en relojes biológicos de gran precisión.
Las llamadas califóridas - esas moscas de brillo metálico verde o azul - son especialistas en llegar primeras a la escena. Tienen receptores químicos capaces de detectar la interrupción de la actividad celular en un organismo. Dicho en criollo: perciben que alguien muere incluso antes de la muerte. Esa sensibilidad convierte a las moscas en aliadas indiscutibles de la Justicia.
A diferencia de la temperatura corporal o la rigidez cadavérica, que solo sirven para calcular unas pocas horas, los insectos permiten estimar períodos de días, semanas e incluso estaciones del año.
Esta habilidad tiene un valor clave para las investigaciones criminales: cada etapa de su ciclo de vida (huevo, larva, pupa, adulto) funciona como una medida del tiempo. Analizando en qué estado se encuentran los insectos hallados en un cadáver, es posible estimar cuánto tiempo pasó desde el fallecimiento, incluso cuando otros métodos ya no funcionan.
El ciclo de vida que habla por sí solo
Apenas un cuerpo queda sin vida, las moscas califóridas se acercan a las zonas más húmedas y protegidas, como nariz, boca o heridas abiertas. Allí depositan cientos de huevos que, en pocas horas, darán lugar a larvas.
Las larvas (popularmente conocidas como gusanos) atraviesan tres estadios de crecimiento en los que se alimentan de tejido en descomposición con voracidad. Una vez saciadas, migran hacia el suelo o rincones oscuros para transformarse en pupas: pequeñas cápsulas marrones que funcionan como crisálidas.

Después de una o dos semanas, o incluso tras varios meses si las condiciones no son favorables, emergen como moscas adultas listas para reiniciar el ciclo en un nuevo cadáver. Cada una de estas etapas tiene una duración conocida que varía según la especie y la temperatura ambiente, lo que convierte al insecto en un reloj biológico que permite calcular el tiempo transcurrido desde la muerte.
El aporte argentino
En Argentina, la disciplina está creciendo gracias al trabajo de Moira Battán (Universidad Nacional de Córdoba) y Ana Pereira (Universidad Nacional del Comahue), ambas investigadoras del CONICET y peritas judiciales. Ellas analizan qué especies colonizan los cadáveres en distintos ambientes del país: serranías cordobesas, estepa patagónica o suelos urbanos.
Ese conocimiento local es esencial. Su trabajo combina observación de campo, experimentación en condiciones controladas y colaboración con médicos forenses. Así logran precisar intervalos post mórtem (IPM), es decir, el tiempo transcurrido desde la muerte. No se trata solo de identificar especies, sino de comprender cómo interactúan con el ambiente local.
En una investigación ideal, las entomólogas deberían ser convocadas desde el mismo lugar del hallazgo. Allí pueden recolectar no solo larvas visibles sobre el cuerpo, sino también pupas que suelen migrar al suelo o a rincones cercanos. Ese material es crucial para reconstruir el tiempo de muerte. Sin embargo, en la mayoría de los casos en Argentina la intervención ocurre recién en la morgue.
“Muy pocas veces cuento con material de la escena. Generalmente recibo lo que estaba sobre el cuerpo al momento de la autopsia. Si ya hubo una generación de larvas que migró para pupar, esa parte de la información se pierde”, señala Moira Battán en una entrevista de El País.
El análisis minucioso del ciclo de vida de cada insecto, junto con la evaluación del clima y del ambiente donde se encuentra un cuerpo, ofrece pistas que de otro modo serían imposibles de obtener. Por eso, las investigadoras destacan la importancia de un trabajo conjunto entre la ciencia y la Justicia: solo así la entomología forense puede cumplir su papel como herramienta precisa para esclarecer hechos y aportar certezas en medio de la incertidumbre.